sábado, 10 de marzo de 2018

Hoy quizá no seremos los hombres del mañana,
(y mañana tampoco),
y no traeremos hijos y triunfos
y no iremos frente a las multitudes arrastrando banderas y palabras.
No crecerá en nosotros un sauce
sobre la piedra ancha del alfarero.

Somos el hombre cotidiano y absurdo
sumido en la costumbre del fiambre y el pan,
que vamos por la calle sin mirarnos
y huimos de la oscuridad.
(De noche la ciudad se enciende,
el cielo queda ciego de tanta luz.)

¿Que buscábamos? Luces, o penumbras;
somos criaturas vanas y aburridas
que se mueren de tanto repetirse.
Hoy quizá no seremos, y mañana
no hay promesa que pueda resguardarnos.
Somos el hombre mustio y sereno
que sostiene en su sombra a las ciudades,
que respira cemento y hierros y humo
para toser palabras sofocadas.

Nos preocupa el calor, el hambre, el frío,
el aburrido correr de las hormigas,
la paciencia sin fin de los eneros,
el avezado filo de un cuchillo,
la garganta y el ojo de un amigo.
Somos un hombre cotidiano y terco,
que ha elegido vivir y estarse muerto.


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