martes, 28 de abril de 2020

Kamadeva

Sus manos son las de un joven
que no ha tenido años, 
sus pies son los de un joven que ha florecido, 
sus cabellos son fuertes siempre, 
su perfil es un árbol, 
así de tan hermoso y tan completo. 
Sus muslos son de agua y de caña vibrante, 
su torso es como un chorro de robusta agua clara, 
su aliento es como el viento que rodea a las flores. 
Es iracundo y fresco, tiene tiempo 
enrollado en la cintura;
y cual lunas robustas sus rodillas.
Y las abejas habitan en sus manos, 
hacen nido en su pelo, 
de abejas son sus suaves aleteos, 
de abejas dormidas en amoroso nido es su silencio. 
Cubren abejas la caña de su arco 
y se hartan de mieles, 
y se engarzan tensas como cuerda 
y se incendian en flores de dardos. 
son de abejas sus besos
y el color de la abeja en sus labios.
Y su lengua vibrante es una abeja pura
que por momentos duerme
y por momentos despierta enfurecida
insatisfecha y gime dolorida y a solas con el mundo.
Elevado en la tempestad verde de un loro vigoroso
sobrevuela el final de un día claro
y grita alegre sobre el atardecer que llueve.


martes, 14 de abril de 2020


Notas de viaje
Febrero de 2018 
Saliendo de Resistencia

El largo camino corre presuroso de sí mismo
entre los silencioso cerros malheridos,
junto a la ruta quedan sus costillas
abiertas de la tierra por la máquina humana.
Quedan los cerros callados, fibrosamente verdes
que ha llovido y las tunas exhiben nuevos brotes;
todo el monte salteño se despertó en el día
temblorosas de luz sus nuevas hojas.

Esta es la criatura que se asombra;
todo verde, toda tierra, cada espacio
abre una página antigua
en el recodo del recuerdo y hoy brilla
como una luz dormida. Se apagaba
en la larga distancia de las cosas
pero el viaje ha revivido el aire.
De este sencillo cerro visto tan nuevo viene
una larga curiosidad paciente
que alguna vez, desde un libro, avistó la tierra toda.

Caminos llegando a Salta

La obra del hombre, extensa, es menos bella.
Él ha colgado cables de las nubes
y puesto caminos en el valle.
En ellos vamos esta mañana fría
salimos más allá de nuestras calles
entre los cerros azules de distancia
y verdes de tan vivos.

Estribaciones de los Ándes te llaman,
tierra levantada, sacudida
desde el fondo antiguo de tus capas
ha quedado esta piel desordenada
que el frescor vegetal vino a cubrirte.

Salta en la noche,
extienden en el suelo los vendedores sus fantasías
coloridas y pobres. Crece el ruido.
Un perro enorme, macizo como un tronco
duerme enroscado sobre las piedras oscuras.
Se ha vuelto ancha la noche y la ciudad
se extiende por el valle. El cerro nos mira
iluminados por cientos de farolas.

Aeropuerto de Salta

Lentos son los tiempos, las esperas
construyen una límpida burbuja
sobre nuestras cabezas. Es el lento tiempo
de los objetos humanos a solas
cuando las oficinas se vacían,
cuando los escritorios se desnudan
y sin papeles brilla pálidos y fríos
dentro de su digno silencio comedido.

Las azafatas

Pero llegan ellas, rígidas como lápices
con sus caras brillantes y entintadas
sobre el cuello atenazado de un pañuelo rojo.
Aquel plástico uniforme oscuro nada desprende,
tan mudo como un sello.

Los pasaportes

Enumeramos los detalles
aquellos que componen nuestros nombres;
son tantos números y letras que sorprende
que uno pueda recordarlos,
ordenarlos, completar espacios definidos
para este monumento al orden y el progreso.
Será solo un avión, elevado en la tierra
que esta mañana, como un ave blanca y fría,
hará una cabriola sobre el viento.
Todo el peso de los sellos en este reluciente pasaporte
será alzado sobre el espacio de los hombres.

El avión

“Parece un animal.” Este avión ronca
y sus amplios suspiros recorren el espacio
vibrando, estremecido de un dolor
que ha de tocar sus vertebras ocultas,
Surgió en la oscuridad, su mascarón
emergió de la distancia entre las luces del parque
sus grandes ojos ciegos. Apresuró el paso
y el orden meticuloso de los papeles.
Uno a uno, la larga fila humana subió por su costado
y uno a uno fuimos establecidos
en el tiempo de este viento domesticado.
Pequero, pareciera, como un pájaro
descendido del esplendor del cielo a nuestra mano
perdió el encanto, se nos apareció sucio,
remendado, casi exhausto, enmudecido en tierra.

Quizás estuviese vivo. Se levanta
a sí mismo. Despliega desde su brusca respiración
una fuerza atormentada que nos asusta.
Dentro de nosotros su impulso conmueve el aire.
Así se eleva de la tierra, vamos en él
con el temor enjaulado de la sorpresa en las orejas.
Puede sentirse la fuerza de la máquina
abrir camino en el aire.

Sobre las nubes

El mundo se convierte en luces, lucecitas,
líneas rectas y brillantes que se opacan
entre el difuso vuelo d elas nubes.
Un avión sobre las nubes, criatura solitaria
con la piel helada dentro del viento.
La geografía infinita de las alturas compone su camino;
no puede avistarse señales en este cielo
que aún se extiende allá donde la luz
de un sol adormecido que acomoda su breve porción del horizonte.

Ciudad de Lima

Permanece la tierra y toma formas
elegantes y hermosas. Altas torres
entre la bruma se elevan y se pierden.
Lima extensa ciudad sobre las piedras
desciende entre los pliegues de la tierra
hacia la voz del mar. Viene el Pacífico
en persona con su piel verde y su lágrima
de espuma que entre las piedras rueda.
Queda de sí innumerables muertes olvidadas
de cangrejitos pálidos, de algas secas,
de un erizo en su caja atenazado.
Sobre el alto esfuerzo de la tierra el mar
envía sus alas a nombrarlo y su bruma,
como un alma gigante, caminando
entre la elegancia sobria de los edificios.
Sobre las avenidas puede verse la nube
que estira dedos y toca el rostro vítreo de la ciudad.

(...)
*Octopus dreaming

¿Sueñan los pulpos con cangrejos rosados?
Envueltos en sus brazos como venus a oscuras
los pulpos imaginan un océano desnudo
de arena y rocas grises
donde su hambre juegue entre columnas de luz.

Aquí y allá el hambre, criatura inesperada.
se acomoda y los lleva sobre el fondo del mar.
Aquí su reino helado los cubre de paciencia,
y cuando duermen sueñan un bocado de sal.

Mírenlo, se ha dormido en un borde del agua;
como tiembla el extremo de su manto,
y como el hambre agita el interior del sueño.


lunes, 6 de abril de 2020

Cuando uno lee a Ioshua
se sabe que él amaba
las calles de sus barrios,
el olor de las noches,
el color y el refugio de las chapas,
lo incompleto y lo duro de la villa,
lo amaba rabiamente
como se ama siempre lo poco que uno tiene
y que se pierde a veces
si acaso se descuida,
si viene otro y lo lleva,
si se incendia la misera,
si cae la policía con su hedor a malicia
y suenan por los pasillos los tiros atrevidos
de uno que salió solo para hacer con la vida
lo poco que se tiene.

Cuando uno lee a Ioshua
atemoriza todo
lo que uno no ha vivido
y le ha tocado en suerte a los hombres morenos
que viven en las calles de las ciudades esas
que uno no se imagina que sean así de ciertas
como las cuenta Ioshua.

Pero Ioshua se ha muerto,
es verdad que se ha muerto
y de eso nadie se cura,
no se cura si se ha nacido pobre,
o si ha nacido puto,
o tiene piel de tierra,
las uñas desparejas,
el cabello severo,
esa afición de hambre y de sobreviviente
que tienen los guachitos que nacieron apenas
rodeados por alambres.

De todo eso culpable
el Ioshua hizo una rosa
que florecía gritando
como hacen las rosas cuando no han entregado el alma
y todavía son rosas, apenas
solamente rosas color de rosas
con forma y con arrestos de rosa,
de cardo, de yuyito.
Que lástima que solo
podamos leer al Ioshua
y no verlo gritando en mitad de la calle
un sábado a la tarde.

Y si sos negro,
pior...


domingo, 5 de abril de 2020

El otro camino entraba en las ciudades,
acompañaba a la humanidad gritando entre los edificios
llevaba manos llenas de verdura, de tomates y repollos
que cantaban murmullos en cajones repletos.

El hombre tomó el camino estrecho,
cargó su dignidad por la espesura, solitario
y augusto como una tarde muda
llevó su distancia y su estatura
más allá de la gente y de los edificios
pasó bajo la sombra de los árboles,
llovía el idioma resquebrajado de los pájaros.

El camino llevó su anchura de botas embarradas,
de cuerpos derruidos, de voces ásperas, idiomas olvidados
llamaban por las calles llevándose partes del mundo.
El camino repartió su tamaño y se deshizo entre los muros,
habitó los espacios cotidianos y salía saludando, polvoriento
para recuperar su voz ya solitaria, mirando los horizontes disponibles
tomó el rumbo del viento entre los árboles.
Acompañó al viajero, corrió bajo la lluvia.
Llevaba adioses desprendidos a su vera,
regalando su vista pasajera a las formas de la tierra.

Acaso como un río de murmullos y barro, como piedras
dormidas hundiéndose en la tierra puliéndose desnudas.


sábado, 4 de abril de 2020

También se mueren los poetas;
fíjense el caso del anciano ese
que ayer nomas se deshizo en la luz
y quedó solo un montón de poemas.
Él, que fuera sacerdote de guerra y paz,
que amó a una mujer que no lo amaba
y se adentró en el amplio silencio,
que fue llamado cardenal y cantó solo
sobre el ruido infinito de las gentes,
con la voz de un dolor que tuvo pueblo,
anchura, colores, alaridos, disparos en mitad de la noche.
Así era y ha muerto ese hombre completo.

Y los demás, la mujer que amaneció sin tregua,
el que entregó la vida en la oficina,
la que fuese sirviente de lo eterno,
el que cantó a todas las criaturas,
quién descendió al infierno,
el que murió riendo,
la que nombró las cosas,
el que odiaba a quién lo acompañó en la muerte,
el que tosió la sombra de su celda,
la que ganó un anillo.
Todos ellos están muertos.

Una vez lo vio la multitud arrodillado
todo de blanco él y el dedo de Dios todo de blanco
enfrentados y solos, desunidos para siempre.
Obligado a cantar dentro de jaulas
el cardenal cantaba las traiciones,
enumeraba delitos, los menores retazos de la pena
que cruzaba las calles de Managua en limousine.

Obligado a callar, fue su silencio
una extensión de pólvora y de viento.
Cantó dentro de las calles más numerosas,
cantó debajo de los versos y las músicas ajenas,
se entreveró en amores que no eran los suyos,
el cardenal que ayer se ha volado lo he escuchado cantando en la ventana.
No ha habido pájaro más pueblo.

Se mueren los poetas una tarde, de pronto y sin que sepan
quedan tendidos con la carne muerta
mientras les crece el verde de los dedos.


viernes, 3 de abril de 2020

Semilla que has venido, reseca y anhelante
golpeándome el silencio con tu quejido ronco, 
semilla, dame tiempo que ya vendrá el otoño 
y este apuro sin fin se enroscará a dormir. 
Tendremos mucho tiempo para decirnos cosas, 
yo te pondré en la tierra y te veré dormir, 
esperaré que crezcas o que duermas sin sueños. 
Nadie lo sabe todo pero todo alguna vez ha sucedido. 

No han de ser los dioses, por que ellos murieron, 
y no ha de ser la ciudad, por ella se duerme. 
Pero el árbol que sabe solo porque es viejo 
miraba y miraba la vida pasar.
El árbol lo sabe, me ha visto y se agita
como si de pronto recordara el día en que fue solo brote.
El amor esta tarde es acaso semilla,
reseca semilla que espera la lluvia.


Es un día de frío.  Lo sé porque es el viento  y el cariño del gato  las cosas que lo anuncian. Renovado y discreto este primer día  del oto...