para divertirse un largo año
porque el verano era aburrido
(como lo son todos los veranos).
Diseñó cada cañón y rifle,
armó a los hombres en filas
y los mandó hacía la muerte
que tocaba un violín con espinas.
El Diablo en persona organizó las explosiones
sobre las colinas y los bosques
fue indicando el lugar de cada bomba
para que murieran tantos hombres,
tantos heridos en cada refriega,
a cada cual más cruda.
Se regodeaba inventando delirios,
distribuyó la sed, la fiebre
las sembró como trigo entre las filas
que marchaban al frente.
Y cuando todo estuvo listo, el Diablo
cruel como los gatos
ordenaba "¡Marchad!"
"¡Marchad hacia la Guerra!"
Y todos lo siguieron valientemente
ciegos de tanto amor.
Era la Guerra. La más grande
de todas sus orquestas.
El Diablo estaba henchido de gozo,
como un árbol que ha repartido frutos.
Sonreía a las cortinas, regalaba medallas,
olvidó odiar al sol
tanta era su gloria.
¡Que arquitecto, que joya
se pareciera a esto?
Nadie había preparado jamás tanta desgracia,
y ahora él la regalaba
a baldes por la puerta.
*
La Guerra resonaba en los pasillos,
como un perro desnudo
cantaba en las ventanas
cada mañana. Los campesinos huían
al escucharla cada vez más cerca
porque apagaba las zanahorias con su voz,
porque desnudaba repollos en cada explosión
y los teñía de rojo. Repollos de corazón sanguinolento.
El Diablo trabajaba, hileras
cajas barriles depósitos trenes
almacenes repletos de metralla
que debía ser preparada,
que cada bala tuviese en un susurro
el nombre de su muerto
para saber buscarlo dentro de la tormenta.
El Diablo se encargaba
de cada muerte. Fundirla, moldear,
el halito divino en cada proyectil,
empaquetarla en mínimas cajas suaves
que viajaban al frente en un vagón dormidas
como orugas y sedas.
Era mucho trabajo.
Abandonó sus hábitos,
en las reuniones llamaban en vano.
"Milord trabaja" contestaban
mientras Diablo soplaba voces sobre plomo tibio.
Y la Guerra crecía sobre los campos
devorando amapolas,
plomo, era de plomo su corazón,
lo era su piel, sus huesos
explotaban en las colinas
y el Diablo debía restaurarlos
veloz como una avispa.
Agotado, exhausto lo encontraron
sobre el polvo su blanca barba enmarañada
lloraba nombres sin cuerpo
en el laberinto febril
y la desgracia le acariciaba el pelo.
"Milord" lloraban los criados,
"locura", "¿acaso no ha sido suficiente?"
"¿se arrastra hacia la muerte?"
Los hombres estaban
bajo las colinas.
La Guerra agonizaba hambrienta,
el Diablo arañaba las sábanas
murmurando nombres inútiles.