A veces me detengo y tengo los recuerdos
más viejos de repente, canosos, antiquísimos
más viejos de repente, canosos, antiquísimos
que no me pertenecen y acaso son el cuento
rescatado y exiguo de una memoria ajena.
Entonces soy el dueño de una esquina gloriosa,
de una verde maceta con las flores ya secas,
de una memoria última cuyo dueño se ha muerto.
Imaginen que bravo es levantarse hablando
una lengua que nadie más recuerda,
y tener en la mano, como un caracol roto,
un ladrillito rojo que sostuvo una puerta.
La memoria es un largo andar sin detenerse,
un viento con arena, una luna creciente,
lluvia llegando a tierra.
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