Mañana el invierno terminará en los árboles,
y luego poco a poco irá rindiendo cosas
y abandonando el aire.
Despegará su aliento de las calles,
devolverá los vientos
y se irá sin rencores
y sin mirar atrás
porque así de inexorable,
de pacífico y calmo,
de derrotado y mustio
atardeció en el fresno.
Mañana los árboles cantarán temblorosos,
saldrán las lagartijas,
los gatos decidirán secretos reunidos en la sombra,
y un poco de alegría florecerá de noche
como una carcajada que se oye de lejos.
Se siente en la premura con que transita el viento
el tiempo sucedido y los instantes nuevos.
El fresno y la ventana se arrebujan ansiosos
/se arrugan de deseo.
Mañana él abrirá sus puños innumerables
verdes y puntiagudos
como las cosas que parecen nuevas.
miércoles, 19 de agosto de 2020
domingo, 9 de agosto de 2020
Quizá no ha sido justo el día,
te trajo y te llevó, me quedé solo.
Estuve mucho tiempo con tu ausencia.
Ya me había acostumbrado
y le hablaba, para contarle cosas
que suceden a diario,
como comprar naranjas y lechugas,
o volver una tarde, después de siete y media.
No esperaba. Yo sabía
que el día se apagaba despacito
a cada hora un poco más marchito.
Podría decir tu nombre y no estarías,
hasta que el silencio ocupara tu sombra.
Al volver a nombrarte ya no sabría tu nombre.
Pero volviste, entonces, un día
de repente te cruzaste de esquina
con tu apariencia nueva
saliendo entre la gente
me tocaste la manos;
y fue como la albahaca que bebió agua fresca
porque tu ausencia tuvo brotes nuevos.
La puse en la ventana,
con el viento reseco, con el sol inclemente.
El verano lloraba más allá de los árboles.
Y pareció apagarse, pero inspiraba lástima
extinguir esa hoja que había costado tanto.
Quizás aquel amor sea como un libro
que uno tiene vergüenza de volver a leerlo
y todavía la pena nos impide tirarlo.
te trajo y te llevó, me quedé solo.
Estuve mucho tiempo con tu ausencia.
Ya me había acostumbrado
y le hablaba, para contarle cosas
que suceden a diario,
como comprar naranjas y lechugas,
o volver una tarde, después de siete y media.
No esperaba. Yo sabía
que el día se apagaba despacito
a cada hora un poco más marchito.
Podría decir tu nombre y no estarías,
hasta que el silencio ocupara tu sombra.
Al volver a nombrarte ya no sabría tu nombre.
Pero volviste, entonces, un día
de repente te cruzaste de esquina
con tu apariencia nueva
saliendo entre la gente
me tocaste la manos;
y fue como la albahaca que bebió agua fresca
porque tu ausencia tuvo brotes nuevos.
La puse en la ventana,
con el viento reseco, con el sol inclemente.
El verano lloraba más allá de los árboles.
Y pareció apagarse, pero inspiraba lástima
extinguir esa hoja que había costado tanto.
Quizás aquel amor sea como un libro
que uno tiene vergüenza de volver a leerlo
y todavía la pena nos impide tirarlo.
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