miércoles, 1 de diciembre de 2021

El Diablo inventó la guerra 
para divertirse un largo año 
porque el verano era aburrido 
(como lo son todos los veranos).

Diseñó cada cañón y rifle, 
armó a los hombres en filas 
y los mandó hacía la muerte 
que tocaba un violín con espinas. 

El Diablo en persona organizó las explosiones 
sobre las colinas y los bosques 
fue indicando el lugar de cada bomba 
para que murieran tantos hombres, 
tantos heridos en cada refriega, 
a cada cual más cruda. 

Se regodeaba inventando delirios, 
distribuyó la sed, la fiebre 
las sembró como trigo entre las filas 
que marchaban al frente. 

Y cuando todo estuvo listo, el Diablo 
cruel como los gatos 
ordenaba "¡Marchad!"
"¡Marchad hacia la Guerra!"
Y todos lo siguieron valientemente 
ciegos de tanto amor. 

Era la Guerra. La más grande 
de todas sus orquestas. 
El Diablo estaba henchido de gozo, 
como un árbol que ha repartido frutos. 
Sonreía a las cortinas, regalaba medallas, 
olvidó odiar al sol 
tanta era su gloria. 

¡Que arquitecto, que joya 
se pareciera a esto?

Nadie había preparado jamás tanta desgracia, 
y ahora él la regalaba 
a baldes por la puerta. 

*

La Guerra resonaba en los pasillos, 
como un perro desnudo 
cantaba en las ventanas 
cada mañana. Los campesinos huían 
al escucharla cada vez más cerca 
porque apagaba las zanahorias con su voz, 
porque desnudaba repollos en cada explosión 
y los teñía de rojo. Repollos de corazón sanguinolento. 

El Diablo trabajaba, hileras 
cajas barriles depósitos trenes 
almacenes repletos de metralla 
que debía ser preparada, 
que cada bala tuviese en un susurro 
el nombre de su muerto 
para saber buscarlo dentro de la tormenta. 

El Diablo se encargaba 
de cada muerte. Fundirla, moldear, 
el halito divino en cada proyectil, 
empaquetarla en mínimas cajas suaves 
que viajaban al frente en un vagón dormidas 
como orugas y sedas. 

Era mucho trabajo. 
Abandonó sus hábitos, 
en las reuniones llamaban en vano. 
"Milord trabaja" contestaban 
mientras Diablo soplaba voces sobre plomo tibio. 

Y la Guerra crecía sobre los campos 
devorando amapolas, 
plomo, era de plomo su corazón, 
lo era su piel, sus huesos 
explotaban en las colinas 
y el Diablo debía restaurarlos 
veloz como una avispa. 

Agotado, exhausto lo encontraron 
sobre el polvo su blanca barba enmarañada 
lloraba nombres sin cuerpo 
en el laberinto febril 
y la desgracia le acariciaba el pelo. 
"Milord" lloraban los criados, 
"locura", "¿acaso no ha sido suficiente?" 
"¿se arrastra hacia la muerte?" 

Los hombres estaban 
bajo las colinas.
La Guerra agonizaba hambrienta, 
el Diablo arañaba las sábanas 
murmurando nombres inútiles. 


Es un día de frío.  Lo sé porque es el viento  y el cariño del gato  las cosas que lo anuncian. Renovado y discreto este primer día  del oto...