martes, 14 de abril de 2020


Notas de viaje
Febrero de 2018 
Saliendo de Resistencia

El largo camino corre presuroso de sí mismo
entre los silencioso cerros malheridos,
junto a la ruta quedan sus costillas
abiertas de la tierra por la máquina humana.
Quedan los cerros callados, fibrosamente verdes
que ha llovido y las tunas exhiben nuevos brotes;
todo el monte salteño se despertó en el día
temblorosas de luz sus nuevas hojas.

Esta es la criatura que se asombra;
todo verde, toda tierra, cada espacio
abre una página antigua
en el recodo del recuerdo y hoy brilla
como una luz dormida. Se apagaba
en la larga distancia de las cosas
pero el viaje ha revivido el aire.
De este sencillo cerro visto tan nuevo viene
una larga curiosidad paciente
que alguna vez, desde un libro, avistó la tierra toda.

Caminos llegando a Salta

La obra del hombre, extensa, es menos bella.
Él ha colgado cables de las nubes
y puesto caminos en el valle.
En ellos vamos esta mañana fría
salimos más allá de nuestras calles
entre los cerros azules de distancia
y verdes de tan vivos.

Estribaciones de los Ándes te llaman,
tierra levantada, sacudida
desde el fondo antiguo de tus capas
ha quedado esta piel desordenada
que el frescor vegetal vino a cubrirte.

Salta en la noche,
extienden en el suelo los vendedores sus fantasías
coloridas y pobres. Crece el ruido.
Un perro enorme, macizo como un tronco
duerme enroscado sobre las piedras oscuras.
Se ha vuelto ancha la noche y la ciudad
se extiende por el valle. El cerro nos mira
iluminados por cientos de farolas.

Aeropuerto de Salta

Lentos son los tiempos, las esperas
construyen una límpida burbuja
sobre nuestras cabezas. Es el lento tiempo
de los objetos humanos a solas
cuando las oficinas se vacían,
cuando los escritorios se desnudan
y sin papeles brilla pálidos y fríos
dentro de su digno silencio comedido.

Las azafatas

Pero llegan ellas, rígidas como lápices
con sus caras brillantes y entintadas
sobre el cuello atenazado de un pañuelo rojo.
Aquel plástico uniforme oscuro nada desprende,
tan mudo como un sello.

Los pasaportes

Enumeramos los detalles
aquellos que componen nuestros nombres;
son tantos números y letras que sorprende
que uno pueda recordarlos,
ordenarlos, completar espacios definidos
para este monumento al orden y el progreso.
Será solo un avión, elevado en la tierra
que esta mañana, como un ave blanca y fría,
hará una cabriola sobre el viento.
Todo el peso de los sellos en este reluciente pasaporte
será alzado sobre el espacio de los hombres.

El avión

“Parece un animal.” Este avión ronca
y sus amplios suspiros recorren el espacio
vibrando, estremecido de un dolor
que ha de tocar sus vertebras ocultas,
Surgió en la oscuridad, su mascarón
emergió de la distancia entre las luces del parque
sus grandes ojos ciegos. Apresuró el paso
y el orden meticuloso de los papeles.
Uno a uno, la larga fila humana subió por su costado
y uno a uno fuimos establecidos
en el tiempo de este viento domesticado.
Pequero, pareciera, como un pájaro
descendido del esplendor del cielo a nuestra mano
perdió el encanto, se nos apareció sucio,
remendado, casi exhausto, enmudecido en tierra.

Quizás estuviese vivo. Se levanta
a sí mismo. Despliega desde su brusca respiración
una fuerza atormentada que nos asusta.
Dentro de nosotros su impulso conmueve el aire.
Así se eleva de la tierra, vamos en él
con el temor enjaulado de la sorpresa en las orejas.
Puede sentirse la fuerza de la máquina
abrir camino en el aire.

Sobre las nubes

El mundo se convierte en luces, lucecitas,
líneas rectas y brillantes que se opacan
entre el difuso vuelo d elas nubes.
Un avión sobre las nubes, criatura solitaria
con la piel helada dentro del viento.
La geografía infinita de las alturas compone su camino;
no puede avistarse señales en este cielo
que aún se extiende allá donde la luz
de un sol adormecido que acomoda su breve porción del horizonte.

Ciudad de Lima

Permanece la tierra y toma formas
elegantes y hermosas. Altas torres
entre la bruma se elevan y se pierden.
Lima extensa ciudad sobre las piedras
desciende entre los pliegues de la tierra
hacia la voz del mar. Viene el Pacífico
en persona con su piel verde y su lágrima
de espuma que entre las piedras rueda.
Queda de sí innumerables muertes olvidadas
de cangrejitos pálidos, de algas secas,
de un erizo en su caja atenazado.
Sobre el alto esfuerzo de la tierra el mar
envía sus alas a nombrarlo y su bruma,
como un alma gigante, caminando
entre la elegancia sobria de los edificios.
Sobre las avenidas puede verse la nube
que estira dedos y toca el rostro vítreo de la ciudad.

(...)

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