domingo, 5 de abril de 2020

El otro camino entraba en las ciudades,
acompañaba a la humanidad gritando entre los edificios
llevaba manos llenas de verdura, de tomates y repollos
que cantaban murmullos en cajones repletos.

El hombre tomó el camino estrecho,
cargó su dignidad por la espesura, solitario
y augusto como una tarde muda
llevó su distancia y su estatura
más allá de la gente y de los edificios
pasó bajo la sombra de los árboles,
llovía el idioma resquebrajado de los pájaros.

El camino llevó su anchura de botas embarradas,
de cuerpos derruidos, de voces ásperas, idiomas olvidados
llamaban por las calles llevándose partes del mundo.
El camino repartió su tamaño y se deshizo entre los muros,
habitó los espacios cotidianos y salía saludando, polvoriento
para recuperar su voz ya solitaria, mirando los horizontes disponibles
tomó el rumbo del viento entre los árboles.
Acompañó al viajero, corrió bajo la lluvia.
Llevaba adioses desprendidos a su vera,
regalando su vista pasajera a las formas de la tierra.

Acaso como un río de murmullos y barro, como piedras
dormidas hundiéndose en la tierra puliéndose desnudas.


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