martes, 19 de agosto de 2014

Tienen las islas lejanas un encanto que supera a las magnas capitales.
En una isla lejana se murió el Emperador.
En un trozo sobre el mar murieron los hijos de Augusto.
Es el Japón una isla con mas leyenda que tierra
y sobre terribles hombros del Pacífico duermen las antiguas tortugas.
Son las islas las razones donde mueren los soldados
y en la isla de ese lago parió sus hijos el Sol.
Tienen islas los imperios que sobre mar se construyen.
Pero, ¿acaso no fueron islas las ciudades de Ur y de Eridu?
Son islotes los ojos tristes de los koalas.
Y Lesbos, tierra santa a la lengua y el arte y a la mujer aquella;
y Patmos, donde el hombre vio la furia de Dios.

Hay islas que tienen los huesos de la historia entre sus piedras.
Ya sea por la maldad o la memoria, por cuantos han llorado
o cuantos han amado la soledad absurda de sus islas.
Hay prisiones, cavernas, cimientos, puentes o bastiones.
Hay una humanidad que vaga de isla en isla, sobre la carcajada del océano.


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