Cuando le conquistaron la decencia
y levantaron muros entre su gesto
y el pueblo interminable que ayudaba
su voz atravesó todas las felonías
para cubrir la tierra de paciencia.
Allende vive en la memoria magnificada
donde su gesto parco y el ceño adusto
le configuran una imagen que la muerte
cumple con toda galanura
su último papel de acompañante
para complementar a las palabras.
Allende ya se ha muerto, pero queda
de su presencia gruesa y repicante
como si fuese el mar contra la roca
ese cristal troceado que describe
la violencia final que no se borra.
Se tuvo que morir para que lo siguieran
los justos que no quieren la victoria
sino una paz augusta que nos cubra
a todos los paseantes de la tierra
hasta dormir la guerra en su victoria.
Allende surge de la piedra,
incólume hecho instiga.
Tiene el gesto amplio que imagino al Pacífico.
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