Acabo de gastar otra noche
inconsecuentemente y para nada.
Los gorriones se llaman, descarados,
y el sol es un amago de distancia.
Son las siete de la mañana
y en esta soledad cuadrangular
donde mi habitación se despereza
soy el espíritu total
y veo las costas lejanas como vagos reflejos.
Veo los hombres, convencidos de la sangre,
y los rostros quebrados de los antiguos dioses.
Estoy sobre la tierra quemada por la guerra
y vuelo más allá, entre los muertos,
hasta alcanzar las nubes donde se desmigan.
No me detengo en los límites del sol
y el mundo que se duerme es mi camino.
A la ciudad de luz y rascacielos llego
a contemplar los sótanos del cielo.
Estoy frente al desierto azul donde las islas
son testigos del afán y la pobreza.
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