miércoles, 12 de septiembre de 2018

No trabajan los indios como obreros.
No tienen ese arte del obrador ligero
que vino a levantar ciudades sobre el monte
y va dejando restos quebrados de la tierra.

Antes fueron mejores. Lo sabemos.
Que en la selva crecieron y multiplicaron
su obrar sobre el rostro paciente de la tierra.
Su viejos cementerios son nuestros museos
donde ellos no suelen entrar,
y sus ancianos duermen en urnas de cristal.

Les damos nuestra ropa, nuestra ciudad,
el aire agobiante del cemento pulido
con el que conquistamos el monte antiguo.

Y una tarde, sin voces los pasillos,
vienen a nuestra casa buscándose destinos.
Detrás de los cristales se asoman;
tienen los ojos oscuros como un niño
y el miedo se ha enroscado,
justito a la vera se les queda dormido.

Le ha quedado el nombre, se diluyen
en la raza americana nueva.
Solo el nombre los conserva.
Pertenecen ahora al tiempo indefinido de esta tierra,
que los dolores viejos hoy se cumplen
y el mañana, al voltearse, fue pasado.


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