Se fue, quizá, hasta las costas doradas
del Brasil donde el mar transforma ninfas
desde la soledad y la belleza tontas.
Viajó hasta los surcos de la tierra
donde las boas se despliegan
tan voluptuosas como las mulatas,
tan hechas de la fuerza de los árboles;
y dadas para el río que solo las arrastra
hacia ese mar que no conocen
y al que, de todos modos, nunca llegan.
Pero esta noche la lluvia ha vuelto
y trae consigo la tristeza necesaria
para el Otoño y las torres que inaugura.
¿A donde habrá volado la gota?
Esta que ha vuelto a casa
para dejarnos bellos, brillantes y sinceros.
¿Qué clase de ternura es esta que nos trae?
La que cubre los techos y la ciudad nocturna
con una infinidad que nos redime
de los caballos muertos, de los perros enfermos.
Esta noche la lluvia nos redime
de la maldad estúpida y certera
que nunca erró los golpes de la pena.
Volvemos a ser tristes y cemento.
Azul y garabatos, de barros pero honestos.
Por esta nueva noche de ternura,
perdónennos los hombres tan crueles los abrazos.
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