Puedo verla, recitando voces.
Ajenas voces de hacía veinte años
donde yo no había estado
y solo ella podía recordarlas.
Entonces ya era ciega y vagaba
por la casa con las manos frías
siempre ocupada en luces ignoradas.
Y entonces, de pronto sin pedido,
se detuvo a contarme.
Una voz, que ya solo ella oía,
de una niña en otro tiempo
en otra tierra ajena.
Es la voz de mi hermana,
pero hace veinte años,
cuando ese mundo era joven.
Es su voz recitando inocencias
pero se ha perdido.
Mi abuela podía recordar instantes,
pequeños y discretos como agujas
que aguardaban perdidas en recuerdos.
Y ella las tomaba en un descuido
para decirlas sola y aburrida.
martes, 20 de septiembre de 2016
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