jueves, 19 de abril de 2018

Acuéstate en el suelo. Las raíces crecen
abajo, en lo profundo de la tierra
abren caminos en la dureza de la roca
buscando agua y sal, respiran
con la alta paz de la arboleda sobre nuestras cabezas;
luego arremeten pacientes, decididos,
desesperados, doloridos y resecos
sienten la humedad, oyen el rumor
que en el corazón del mundo se esconde
en amplias cavernas sumergidas pasea
su antigua majestad embebiendo la piedra.
Y le siguen los pasos. Se afirman en sus bases
buscando los resquicios del mundo.
Puede sentirse su dolor y hambre,
la ferocidad lenta que los habita.
Conduce ahora, como una luz lejana,
en la espesura viviente su esperanza.

Nosotros lo sentimos: su silencio,
su firmeza dura y elevada,
su comprensión del dolor y la muerte.
Ambos páramos debieron atravezarlos
constituyendo refugio a las criaturas;
vinieron las ardillas con su faz de inocencia,
el hambre de los cerdos, las gallinas
pusieron nidos, huevos, inauguraron
una voz renacida a la sombra de tanto silencio.

En su sombra se siente la voz original
los impulsó a aferrarse a la rudeza de la tierra
y hacerse espacio. Oyen la canción del agua
y corren a buscarla. En la paz de su sombra
puede sentirse el dolor y la sed de los antiguos.


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