Caída de los ángeles rebeldes
Cayeron por seis días, desde las altas nubes olvidadas.
Una trompeta de plata los perseguía
y una lluvia de migas los cegaba.
Y fueron adquiriendo colas de peces,
uñas de caballos y pieles de serpientes.
La piel de sus sienes se abrió como una herida
y brillaba debajo un cuernecillo pálido
que día a día crecía.
Y en el séptimo día se negaron a sí mismos
cuando una pálida voz vino del aire
y la luz quería reclamarlos
se escondieron entre las piedras nuevas
o en el espacio del sueño y la distancia.
No hubo queja o mortandad que los tocara.
Solos quedaron, ningún árbol hablaba sus palabras.
Las hormigas cumplían sus vidas esforzadas,
bajo la soledad de aquellos ángeles.
Espíritus de viento, parecieran. Espíritus de agua,
de penumbra, de sol, de rumores ahogados
entre el trajín y el sonar de las vidas creadas.
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