jueves, 18 de enero de 2018

"Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, 
a imagen de Dios lo creó; 
varón y hembra los creó."

Génesis 1:27
(Acerca de Lilith.)

Vio en Dios las primeras luces y cadenas, 
los espacios ajenos a los hombres 
que aún murmuran en dudas los ateos, 
persiguen los herejes, se callan los agnósticos, 
preguntan incluso hasta los fieles. 

Dios no respondía. Estaba hecho 
de columnas y espacios definidos. 
Su palma sostenía las estrellas 
y toda la tierra del jardín perfecto.
Él no habla las lenguas de las criaturas 
que preguntan sus horas, sus cuestiones 
al árbol de la vida. 
Hizo su obra y se durmió en lloviznas, 
dejó la incertidumbre de los días 
a la humana criatura inaugurada. 

Ella se fue, desnuda como un grito 
iba entre el silencio de los árboles. 
Que distraído Dios, que adormecido, 
que ofendida reserva mantenía 
que no vino a esconderse y detenerla 
con espadas de humo y resonantes voces 
entre el tímido amor de la penumbra verde. 

Te quedarás a honrarlo con tu existencia 
sin preguntarle sus voces y requiebros. 
Escondido en sus dedos aún te quedas 
este rincón que señaló en su cuerpo. 

Si no quieres venir yo me iré sola 
sobre la tierra que no tiene caminos.
Late tu corazón, no es por mi ida. 
Es el alivio de esta despedida. 

Dile cuando se asome que lo quería 
porque hizo la lluvia y las raíces. 
Porque al ver mi partida no ha interpuesto 
el brazo de su amor vuelto avaricia. 

¡Ven conmigo! ¡A inaugurar caminos 
que en los campos más allá de Edén se han recostado 
sobre el oscuro cuerpo de la tierra! 
¿Es que no puedes oír el agua, el río 
de esos países lejanos e insospechados?
¡Ay, los escucho! ¡Cada noche duermo 
sobre el murmullo de su ardiente paso!
Allí han ido los árboles, y crecen 
extendiendo su luz y sus ocasos. 
Verdes sus ramas se inclinan hacia el Este. 

¡Ven conmigo! ¡Mi amado! 
Iremos juntos y comeremos los dones y los brillos, 
tu mano extenderá mi vida. 

No viniste conmigo, y me fui sola. 
Vi los campos y ríos inesperados, 
hallé el curso del agua que quería. 
Hallé rosas secas, y pajaritos, 
espinas y cardos florecidos. 

Se que viviste. Vino ella y se quedó contigo 
a escucharte callar, a estar alegres. 
No pudiste seguirme, no te reprocho 
tu ambición de quietud, de húmedo alivio. 
Debió costarte mucho hallarte vivo 
cuando el hijo creció bajo tu sombra. 
Padre de muchos, anciano venerable. 
¿Que sabemos los dos de nuestros días? 

Estoy vieja. Me duele, en ocasiones cada hueso. 
Estoy vieja. Mi voz no es lo que era. 
Todas las hojas, la piel y las pezuñas 
las vimos de tan distinta forma. 
A las semillas les susurré canciones, 
tu inventaste el arado. 
Esperé largos años que durmieran 
y tejí el hilo de los algodones. 
Tu plantaste en hilera matorrales 
y fuiste entre ellos, espigando. 
Se extinguirá conmigo mi paciencia 
y tu eres la raíz de ese frondoso árbol. 

No hablaste conmigo. Tus destinos 
no se ocupan del mío. Me pertenece 
este olvido y silencio de tu voz primigenia. 

No me quejo de mí. Soy mi creadora, 
si donde había barro yo puse hojas. 
El se quedó contigo. Yo me iba. 
(Quizá fue aquella toda la diferencia.) 


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