lunes, 22 de enero de 2018

Habita la costumbre, escondida en sus pliegues
se duerme en el espacio de las vidas.
Pero despierta y rompe su viejo nido
que pareciera tan amado.
(Pareciera un pichón que se asoma del huevo.)

Nace del hombre, viene de su mano
abriéndose camino en las palabras
lleva su larga paciencia tenebrosa.

Luego florece, como la carne viva
son sus frutos vivaces y escarlatas.
Están hechos de dolor y muerte
en los días prometidos, en los días inesperados.

Todavía puede escucharse, en los días más tranquilos,
desde la eternidad sus gritos resonantes.
Ha tomado para si todo el dolor ajeno
y en su valle de sombras cultiva flores rotas.

Pudiera combatirse, pudiera abrirse un hueco
entre las piedras y esconder sus garras
en el vientre paciente de la tierra.
Pudiera la Humanidad abrirse el pecho
y exponer a la luz sus escondrijos.

Pero no se ha podido. Hubo quien lo intentara.
Ella nace y recrea su quebrada figura
poniendo, de sí misma, semillitas oscuras
y frías pesadillas entre las raíces.

Será eterna. Durará más tiempo
que las duras ciudades, que los campos.
Extenderá su imperio a cada tiempo.
(Puedo verla crecer entre los hombres.)


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