domingo, 28 de enero de 2018

*Con esta, son quinientas.
Impunemente.

Hoy ha llovido tanto, que mi animo
se ha lavado hasta plantarse pálido y sereno
junto a la ventana. Y no ha dicho palabra.
Pareciera que triste se ha quedado,
que me busca a momentos para hablarme,
pero nada tenemos que decirnos.

Es que llueve, ha llovido, lloverá todavía
para siempre, desde un pasado muerto.
Otros hombres rieron este día, o dormían
hace ya tantos tiempo
Nada hay que decirnos, hace frío
este final de enero que nos queda .
Nos pertenece a ambos la tristeza
que la lluvia incrementa con su ritmo.

Quizá no sea la lluvia. Ella se ocupa
de la sed de las hierbas, de dar brillo
a los caparazones y tentáculos; y más aún.
Llega a los espacios de los hombres,
los ahuyenta con barro y pellizcos helados,
y luego da de beber a los caballos, a los perros, a los gatos,
a las gallinas, las antiguas tortugas se levantan del barro.
Ella limpia y ordena el mundo entero.
¿Que espacio ocupan en su obra las apatías humanas?

Ahora ni siquiera queda ella . Se ha apagado
su melodía en el mundo. Queda el aire
aletargado y frío, palidamente puro.
Caminando en la calle encontré una paloma
seriamente dispuesta, sus ojos oscuros.
Los rastros de la lluvia se reflejaban en su pecho.


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