lunes, 16 de octubre de 2017

Él es el hombre que me desagrada.
La bestia enorme sedienta de placeres
a la que el arte no le sirviese nada.
Busca en el suelo madrigueras y huesos
porque ignora el lenguaje de los hongos.
Ha sido construido en nuestra especie
pero ningun destelle se le quedó en los ojos,
donde duerme ese hambre de codicia.

No tiene corazón, no tiene estómago,
no tiene lengua, orejas, cabellera.
Es puro barro y uñas caminando
que cuando muera se abrirá en desidia
porque toda la luz no lo ha alcanzado
y la penumbra lo repugna.

Especie vana y rota. Abre la boca
y el viento no entrará en tu voz.
No hay palabra que pueda retratarte
cuando lo demás puede alzar flores,
y cachorros, y torres, y floresta
que en los espacios del mundo han crecido.

Es el hombre cotidiano e inútil de las ciudades
que se despierta y come sangre ajena,
el que bosteza frente a la belleza y a la muerte
porque mínimo y cruel no alcanza a conocerlas.
Refugiado en su sal endulza el aire
con el humo aceitoso del deseo.
En su mano el talle de una flor pierde destino,
una mujer es una hembra abierta,
un cachorro es dolor y aburrimiento.


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