¿Acaso no habitamos la edad del desencanto?
Y damos a las nubes un aire de tragedia.
Estas horas marchitas justifican la pena
de amar sin entusiasmo, de andar en el ocaso.
Y aún no somos viejos.
Pero el cansancio ya nos come los huesos.
Adelante voy, mi candil no te guía
más que a tientas en una cueva antigua
donde la soledad nos pesa en la conciencia.
Muchacho, que ternura es esta pena tuya.
En tus ojos morenos mi solitaria queja
refleja la impaciencia del que busca y no encuentra.
martes, 8 de septiembre de 2015
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