lunes, 17 de octubre de 2016

Les costó una tarde. Dicen que toda una tarde
de larguísimos treinta y cinco años
tironeando el aire y la tierra hasta desgajarlos por dentro.
Apenas una tarde que anocheció tardía
pero que la bailaron en la nuca de Stroessner
y no sirvió de nada
porque no construyeron una cárcel donde entrasen las pesadillas
que la oscuridad pudiese devorar
y escupir luego flores amarillas en el río.
Porque no dio marcha atrás el tiempo.

Una tarde larguísima y completa
se quebraron las raíces de la historia,
atacaron las manos de los dioses viles,
cavaron bajo el ala de la gloria.
Y dentro del tornillo que sujeta
los pies dorados del Supremo Hacedor
descubrieron al sol casi rendido
la llaga purulenta de torturadas vidas
que esa tarde de treinta y cinco años
se arrancaron de sí buscando el aire.

¡Oh, Padre de la Patria tan sublime!
¡Oh, devorada carne ya perdida!
En Cerro Lambaré aconteció esa tarde
que el Viejo Paraguay lavó la herida
y no sirvió de nada porque los vivos nunca se repiten y los muertos son muchos.


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