martes, 15 de octubre de 2013

Abre la mano, extiéndela hacia mi,
pon la palma hacia el cielo.
Allí, junto a ese río, habito yo.
Cuando duermo resuena en las cortinas
como un suave murmullo, el aliento vital
de esa linea de vida.

Al otro lado, viniendo desde mas allá de la vista,
discurre un polvoriento caminito.
Rosadas son las motas de su polvo,
colorean el cielo al levantarse
y en Otoño reflejan la belleza del sol.

Hacia el norte se levantan,
sobre brumas azules, estilizadas sombras de tus dedos.
En Verano se alzan hacia el cielo brillantes
y pían los gorriones más jóvenes hacia sus cumbres.
En Invierno la nieve santigua sus coronas
y en la noche resguardan, vigilantes y serias,
las estrellas.

Este valle que habito, entre río y camino,
es el mundo que tengo mientras exista
tu palma hacia el cielo extendida.

Es de noche, arriba el cielo duerme,
abajo los gorriones se retiran,
mientras un grillo intenta convencer a la luna
con su solo de acerado violín.

Tu cara brilla arriba, augusta en lo inasible.
Aún así, a veces miras hacia mi tierra
y florecen en la noche los jazmines,
como un breve milagro que nos da algún dios.

Ahora cierra la mano, llévala al corazón.
Es de noche, y así siempre se ha dormido mejor.

Hoy no se que escribir, porque las cosas  están frías y muertas,  el silencio ha tomado los días de la semana.  Miro por la ventana  como el...