domingo, 4 de agosto de 2013

Un linyera en la calle, que duerme en la vereda,
cada noche reconstruye su imperio.
Una hilera de cajas de cartón que contienen al mundo
y en el mástil caído,
que asemeja a un cartel enrollado,
enarbola banderas de un blanco desteñido.

Cada día es la calle, con el sol, con la gente,
en esta ciudad sin dios y sin gorriones.
Cada día es la calle, cartonero, linyera, mendigo, vagabundo.
La libertina obligación de ser empuja cada día
a caminar la calle con la barba de siempre.
Cada día te enseñas (y a esta altura compruebas)
que la suerte no existe si uno no se la inventa.
Que la vida es destino y el destino un misterio.
Y el misterio es el día que viene por el este.

Yo, que paso a tu lado, no te miro
y te esquivo, casi inconscientemente.
Para mi tu pobreza ya no tiene misterios.
Yo ya sé tu miseria y tus manos gastadas
y tu sombra encogida.

El niño que te mira desde el brazo materno
te apunta con el dedo del asombro infinito.
Los demás ya sabemos. El no sabe y se asombra.

Cuando pase la lluvia y se despierte el día,
levantaras tu ciudadela de cartones,
arriaras la bandera,
y todo volverá a ser trapos, cartón y diarios viejos.

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