Ha muerto la elefante
en la ciudad del Plata. Se arrodilló y no quiso levantarse.
Ya nunca más se alzará del polvo
su cabeza inclinada y dolorida
entró en el sueño de la muerte muda
sin saber que era hoy cuando moría.
La vejez la encontró enjaulada y sola,
encerrada en el miedo, tensa en el dolor
no quiso echarse para aguardar el sueño
hasta que el aire se convirtió en ceniza.
La hallaron viva entre la maleza,
amanecida y nueva como un arbusto gris;
y ahora está muerta entre las piedras.
El hierro cayó de sus tobillos murmurando
la paz y el frío de la elefante muerta.
Ahora la sepultarán en su jardín perfecto
de rincones medidos y árboles sin sombra
se olvidará su espacio en la Tierra.
Ya no habrá quien la espera, quien venga a verla
adormecida en el peso de su tiempo.
Y justo ahora, que estaba preparada
la larga espera de la muerte vino
a poner fin sin tiempo a remediarlo.
Quedó solo una caja improvisada,
su camino a la selva recobrada,
su futuro esfumado en la llanura.
Quedó solo el reclamo anidado en el viento
que solloza y la llama entre las ramas
con el nombre original de la criatura.
Pero ya no. Ya nunca más verán su sombra en la llanura.
Ha muerto la elefante en Sudamérica
presa y dolida como una flor cortada.
lunes, 27 de agosto de 2018
Fueron todos ellos preparados
para la paz y la furia de la lluvia
en los bosques antiguos, en los prados
eran las generaciones esperadas.
Pero no pudieron llegar
que fueron capturados en los caminos
y en los claros se abrieron bocas oscuras
susurrantes de oscuridades.
La infancia salvaje se despeñó en sus voces,
fue levantada por los aires
desmayada o inundada de miedo
entró en el largo muro del presidio.
Así acabó la edad del elefante
y comenzó su viaje por el mundo.
Los puertos lo expulsaron de la India
para siempre exiliado,
vagó por la plenitud del mar
y llegó a costas quebradizas, de arenas y de piedras inesperadas.
Las multitudes se reunieron a esperarlos
como gritos de milagros y de ferias
tocaron la sombra milenaria de la bestia.
Por ese toque no pudo desprenderse nunca,
preso del asombro y la codicia impura
deambulando en la infinita luz de los zoológicos
el elefante perdió la paz y la sabiduría,
descubrió el amplio dolor de las rodillas,
abandonó el rumiar de la ternura,
se desplomó en la luz de la apatía.
No pudo liberarse, el hierro se aferró a sus patas
murmurando canciones olvidadas
lo adormeció en la celda lentamente.
para la paz y la furia de la lluvia
en los bosques antiguos, en los prados
eran las generaciones esperadas.
Pero no pudieron llegar
que fueron capturados en los caminos
y en los claros se abrieron bocas oscuras
susurrantes de oscuridades.
La infancia salvaje se despeñó en sus voces,
fue levantada por los aires
desmayada o inundada de miedo
entró en el largo muro del presidio.
Así acabó la edad del elefante
y comenzó su viaje por el mundo.
Los puertos lo expulsaron de la India
para siempre exiliado,
vagó por la plenitud del mar
y llegó a costas quebradizas, de arenas y de piedras inesperadas.
Las multitudes se reunieron a esperarlos
como gritos de milagros y de ferias
tocaron la sombra milenaria de la bestia.
Por ese toque no pudo desprenderse nunca,
preso del asombro y la codicia impura
deambulando en la infinita luz de los zoológicos
el elefante perdió la paz y la sabiduría,
descubrió el amplio dolor de las rodillas,
abandonó el rumiar de la ternura,
se desplomó en la luz de la apatía.
No pudo liberarse, el hierro se aferró a sus patas
murmurando canciones olvidadas
lo adormeció en la celda lentamente.
miércoles, 15 de agosto de 2018
(...)
o aquella vez que estábamos sentados asombrados
más solos en el mundo que una columna rota.
*
Son preguntas que nunca fueron nuestras,
pero nos las encontramos a la vera de Dios
donde responden a lo que Dios se calla (todavía).
Quizá un día él se levante y nos elija para contestarnos.
Puede pasar, (si peores cosas han sucedido
aunque se había pedido lo contrario),
que venga una respuesta
a tu fe y a mi fe que está en la duda,
a mi curiosidad por las marismas
y a tu ambición por una vida
que ya no sea tuya
sino que pertenezca a un orden material
como un alivio o una respiración en la ceniza
que no nos sepa a sal y a miserias.
O quizá la luz que nos crece en los ojos
cuando buscamos corazones claros.
Yo me distraigo hablando solo,
mencionas datos que vienen desde fuera.
A cada pregunta nos ha de faltar tiempo.
Pero es tan bueno como una cría de rata
que tu asombro florezca todavía:
así de nuevo, y duro, y de bello y terrible.
o aquella vez que estábamos sentados asombrados
más solos en el mundo que una columna rota.
*
Son preguntas que nunca fueron nuestras,
pero nos las encontramos a la vera de Dios
donde responden a lo que Dios se calla (todavía).
Quizá un día él se levante y nos elija para contestarnos.
Puede pasar, (si peores cosas han sucedido
aunque se había pedido lo contrario),
que venga una respuesta
a tu fe y a mi fe que está en la duda,
a mi curiosidad por las marismas
y a tu ambición por una vida
que ya no sea tuya
sino que pertenezca a un orden material
como un alivio o una respiración en la ceniza
que no nos sepa a sal y a miserias.
O quizá la luz que nos crece en los ojos
cuando buscamos corazones claros.
Yo me distraigo hablando solo,
mencionas datos que vienen desde fuera.
A cada pregunta nos ha de faltar tiempo.
Pero es tan bueno como una cría de rata
que tu asombro florezca todavía:
así de nuevo, y duro, y de bello y terrible.
lunes, 6 de agosto de 2018
Bajaron las palomas a la calle
para mirarse en el charco de la esquina,
y se bañaban como señoras gordas
en la luz ceniza de la orilla.
Eran siete palomas, a cada cual más bella,
a cada cual mas sola y fresca
que se bañaban encrespadas y locas
por el húmedo rastro de la lluvia.
Eran siete las palomas solas
bañándose en la huella de la lluvia.
para mirarse en el charco de la esquina,
y se bañaban como señoras gordas
en la luz ceniza de la orilla.
Eran siete palomas, a cada cual más bella,
a cada cual mas sola y fresca
que se bañaban encrespadas y locas
por el húmedo rastro de la lluvia.
Eran siete las palomas solas
bañándose en la huella de la lluvia.
lunes, 23 de julio de 2018
Tiene hambre el perro;
se recuesta en el suelo
y el dolor de estar vivo le consume la pena
que en sus ojos alumbra débilmente.
Así nos mira. Sabe
que espacio corresponde de su vida
a nuestros ánimos. Reclama
su porción del Paraíso.
Pocos afrontan la tarea
de levantar los huesos del perro
y enterrarlos ceremoniosamente junto al camino
después que la criatura se extinguiera.
Pocos afrontan la dura pena humana
que en los ojos del perro se reflejan.
Tiene hambre el animal, exige
agua y paciencia, corazón, cariño
de la costumbre que abriga;
aquella que se erige como un árbol y sombra.
Una vez el humano tomó el perro
del corazón crujiente de los montes
y lo llevó consigo. Lo hizo parte
de cada soledad y cada empeño.
Perpetuó su fe y su sapiencia
en la piel caliente de los perros,
diciendo "aquí y ahora"
eligió sus colores, dio forma a sus mandíbulas.
Junto al ancho camino ambas especies
miraban agazapadas su destino.
Son tan nuestros los perros, somos suyos
desde el estrecho abrazo animalesco
que nos abriga cuando reconocemos
su huella entre los rastros de los pueblos.
Una vez fuimos burdos y crueles
con su sangre, aún lo somos.
Cuantos perros se consumen
en el peso y la luz de las ciudades
vaga su soledad atenazada
a nuestros cotidianos desamparos.
Tiene hambre el perro. Basta
con dejarle, en nuestra puerta, agua.
Vendrá con su inocencia a saludarnos,
nos dirá su ronco idioma,
su húmedo amor nos seguirá los pasos.
Existe quien teja el desagrado
por la piel, el ruido
que un cachorro, un adulto, un perro anciano
exponga a la miseria del humano.
Existe quien mira, aún a sí mismo,
desde el alto sitial de los engaños;
y esta criatura abandonada y mustia
empaña el orgullo de los espejos.
En sus ojos estás. Mírate al perro.
Desde debajo de la mesa,
junto al árbol, bajo el puente,
desde la viperina voz de la cadena
arde el antiguo pacto que tenemos.
Uno a uno iremos por la tierra,
tan suyos somos que parecen nuestros.
se recuesta en el suelo
y el dolor de estar vivo le consume la pena
que en sus ojos alumbra débilmente.
Así nos mira. Sabe
que espacio corresponde de su vida
a nuestros ánimos. Reclama
su porción del Paraíso.
Pocos afrontan la tarea
de levantar los huesos del perro
y enterrarlos ceremoniosamente junto al camino
después que la criatura se extinguiera.
Pocos afrontan la dura pena humana
que en los ojos del perro se reflejan.
Tiene hambre el animal, exige
agua y paciencia, corazón, cariño
de la costumbre que abriga;
aquella que se erige como un árbol y sombra.
Una vez el humano tomó el perro
del corazón crujiente de los montes
y lo llevó consigo. Lo hizo parte
de cada soledad y cada empeño.
Perpetuó su fe y su sapiencia
en la piel caliente de los perros,
diciendo "aquí y ahora"
eligió sus colores, dio forma a sus mandíbulas.
Junto al ancho camino ambas especies
miraban agazapadas su destino.
Son tan nuestros los perros, somos suyos
desde el estrecho abrazo animalesco
que nos abriga cuando reconocemos
su huella entre los rastros de los pueblos.
Una vez fuimos burdos y crueles
con su sangre, aún lo somos.
Cuantos perros se consumen
en el peso y la luz de las ciudades
vaga su soledad atenazada
a nuestros cotidianos desamparos.
Tiene hambre el perro. Basta
con dejarle, en nuestra puerta, agua.
Vendrá con su inocencia a saludarnos,
nos dirá su ronco idioma,
su húmedo amor nos seguirá los pasos.
Existe quien teja el desagrado
por la piel, el ruido
que un cachorro, un adulto, un perro anciano
exponga a la miseria del humano.
Existe quien mira, aún a sí mismo,
desde el alto sitial de los engaños;
y esta criatura abandonada y mustia
empaña el orgullo de los espejos.
En sus ojos estás. Mírate al perro.
Desde debajo de la mesa,
junto al árbol, bajo el puente,
desde la viperina voz de la cadena
arde el antiguo pacto que tenemos.
Uno a uno iremos por la tierra,
tan suyos somos que parecen nuestros.
domingo, 22 de julio de 2018
Niño, el amor tiene
espacios derruidos
y sombras miserables
que gruñen y se quejan
cuando tu voz se acerca.
Muchacho, el amor puede
abrirse en una hora
y morir en la sombra
sin llegar hasta el sol
que los días prometen.
Hombre, el amor deja
capillas de costumbres
y flores en el campo
después que sucediera
lo que no te gustara.
espacios derruidos
y sombras miserables
que gruñen y se quejan
cuando tu voz se acerca.
Muchacho, el amor puede
abrirse en una hora
y morir en la sombra
sin llegar hasta el sol
que los días prometen.
Hombre, el amor deja
capillas de costumbres
y flores en el campo
después que sucediera
lo que no te gustara.
Vinieron, tan oscuras y pequeñas,
a conquistar mi misera reserva de azúcar
donde la hube escondido la encontraron
pálida y pura como una mina rica
la alzaron en sus lomos esforzados
y allá iban, hormigas descaradas
ladronas de mi última ración llevaban
lo que pusiera a salvo tan confiado.
Entonces las ahuyenté, apenas con la mano
sacudí el aire sobre sus figuras,
me alcé en el cielo cubierto de penumbra,
murmuré agreste sobre su premura;
y calladas comieron cada una
el último grano subrepticio
que entre los dientes me escondían.
a conquistar mi misera reserva de azúcar
donde la hube escondido la encontraron
pálida y pura como una mina rica
la alzaron en sus lomos esforzados
y allá iban, hormigas descaradas
ladronas de mi última ración llevaban
lo que pusiera a salvo tan confiado.
Entonces las ahuyenté, apenas con la mano
sacudí el aire sobre sus figuras,
me alcé en el cielo cubierto de penumbra,
murmuré agreste sobre su premura;
y calladas comieron cada una
el último grano subrepticio
que entre los dientes me escondían.
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