lunes, 27 de agosto de 2018

Ha muerto la elefante
en la ciudad del Plata. Se arrodilló y no quiso levantarse.
Ya nunca más se alzará del polvo
su cabeza inclinada y dolorida
entró en el sueño de la muerte muda
sin saber que era hoy cuando moría.

La vejez la encontró enjaulada y sola,
encerrada en el miedo, tensa en el dolor
no quiso echarse para aguardar el sueño
hasta que el aire se convirtió en ceniza.

La hallaron viva entre la maleza,
amanecida y nueva como un arbusto gris;
y ahora está muerta entre las piedras.
El hierro cayó de sus tobillos murmurando
la paz y el frío de la elefante muerta.

Ahora la sepultarán en su jardín perfecto
de rincones medidos y árboles sin sombra
se olvidará su espacio en la Tierra.
Ya no habrá quien la espera, quien venga a verla
adormecida en el peso de su tiempo.

Y justo ahora, que estaba preparada
la larga espera de la muerte vino
a poner fin sin tiempo a remediarlo.
Quedó solo una caja improvisada,
su camino a la selva recobrada,
su futuro esfumado en la llanura.

Quedó solo el reclamo anidado en el viento
que solloza y la llama entre las ramas
con el nombre original de la criatura.
Pero ya no. Ya nunca más verán su sombra en la llanura.
Ha muerto la elefante en Sudamérica
presa y dolida como una flor cortada.


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