No vengas cuando sea muy tarde.
Me pesará entonces mucho más que esta pena.
Casi preferiría que no vinieras nunca
y olvidaras mi puerta,
a que llegues tarde, en la noche y la niebla,
con los ojos cansados o las manos caídas,
con la sonrisa alegre que me abra a la pena
por que sería muy tarde
y todos los encantos estarían desgarrados.
No tarde demasiado, se consume la espera.
La noche se agiganta y quema las estrellas.
No desperdicies lunas ni caminos.
lunes, 30 de marzo de 2015
Lisa, gorda y discreta.
Amable hasta el hartazgo.
Temerosa y fugaz,
se parecía a la pena.
Aquella que se esconde
tras la sonrisa buena.
Lisa de la penumbra
y la mirada triste.
De la alegría rota,
de la que no se aprende
y rara si se hereda.
Hecha de cal y barro,
de pelo y grasa hecha.
La sombra no te quema,
la Luna no te falta.
Estaba hecha de loca,
de triste algarabía
que es triste y pasajera.
Lisa del Paraíso
que dura, cuando dura,
solo un instante quieto
entre las madrigueras de los años.
Amable hasta el hartazgo.
Temerosa y fugaz,
se parecía a la pena.
Aquella que se esconde
tras la sonrisa buena.
Lisa de la penumbra
y la mirada triste.
De la alegría rota,
de la que no se aprende
y rara si se hereda.
Hecha de cal y barro,
de pelo y grasa hecha.
La sombra no te quema,
la Luna no te falta.
Estaba hecha de loca,
de triste algarabía
que es triste y pasajera.
Lisa del Paraíso
que dura, cuando dura,
solo un instante quieto
entre las madrigueras de los años.
Casi olvidada, etérea, blanca,
en puro hierro y cal desnuda,
la ciudad de los muertos cumple largas jornadas
de vigilar las horas.
Dormida está en pesados catafalcos
que la lluvia carcome lentamente
mientras el Cristo llora lágrimas porosas
y se desmiga del yeso hasta el cemento.
El camino de tierra, la ciudad
y los muertos que crujen.
Ataúdes lustrados, ataúdes desnudos,
huesos viejos y migas, huesos nuevos,
cansinos murallones dormidos.
La ciudad tiene un tiempo
que no comprenderemos
porque, seres fugaces,
pasamos y dejamos amagos de paciencia
aun cuando seamos gorriones
apresurados de pura primavera.
La ciudad tiene un tiempo al borde de los días.
Responde al ciclo antiguo del agua y el camino,
de huevo a lagartija, de gorrión hasta nido.
Abarca días sin soles y noches desveladas.
Y a veces, solo a veces, tal vez quizá coincida
con el carruaje fúnebre, con la última viuda.
Hasta entonces se duerme, al borde del camino.
Se inunda de verdores, se refugia en terrores.
en puro hierro y cal desnuda,
la ciudad de los muertos cumple largas jornadas
de vigilar las horas.
Dormida está en pesados catafalcos
que la lluvia carcome lentamente
mientras el Cristo llora lágrimas porosas
y se desmiga del yeso hasta el cemento.
El camino de tierra, la ciudad
y los muertos que crujen.
Ataúdes lustrados, ataúdes desnudos,
huesos viejos y migas, huesos nuevos,
cansinos murallones dormidos.
La ciudad tiene un tiempo
que no comprenderemos
porque, seres fugaces,
pasamos y dejamos amagos de paciencia
aun cuando seamos gorriones
apresurados de pura primavera.
La ciudad tiene un tiempo al borde de los días.
Responde al ciclo antiguo del agua y el camino,
de huevo a lagartija, de gorrión hasta nido.
Abarca días sin soles y noches desveladas.
Y a veces, solo a veces, tal vez quizá coincida
con el carruaje fúnebre, con la última viuda.
Hasta entonces se duerme, al borde del camino.
Se inunda de verdores, se refugia en terrores.
jueves, 5 de febrero de 2015
No vayas donde nadie podrá seguirte nunca.
No vayas a la sombra del jardín y el recuerdo,
distante como un sueño al que no pertenecemos.
No vayas a la sombra del rosal y la luna,
que son verdes los días que aún están por venir.
Tus huesos se desmigan, tus dientes se carcomen,
la sangre se reseca y quiebra en polvo azul.
Estamos infinitamente tristes esta mañana gris.
Es profunda la tumba de la muerte y tu garra,
no crecerán los arboles en donde duermas tú.
No nos dirás de nuevo que ha llegado la tarde
cuando el próximo día no tengamos tu voz.
No vayas a la sombra del jardín y el recuerdo,
distante como un sueño al que no pertenecemos.
No vayas a la sombra del rosal y la luna,
que son verdes los días que aún están por venir.
Tus huesos se desmigan, tus dientes se carcomen,
la sangre se reseca y quiebra en polvo azul.
Estamos infinitamente tristes esta mañana gris.
Es profunda la tumba de la muerte y tu garra,
no crecerán los arboles en donde duermas tú.
No nos dirás de nuevo que ha llegado la tarde
cuando el próximo día no tengamos tu voz.
Me gusta la ciudad cuando no finge
que tiene corazón o que está viva.
Me gusta la ciudad cuando no tiene nombres
y los gatos, emancipados de las sombras,
trotan a sus reuniones secretas.
Me gusta la ciudad cuando los muros no frenan a los arboles
y los amantes van entre la brisa;
y, solitarios, vamos hacia ninguna parte.
que tiene corazón o que está viva.
Me gusta la ciudad cuando no tiene nombres
y los gatos, emancipados de las sombras,
trotan a sus reuniones secretas.
Me gusta la ciudad cuando los muros no frenan a los arboles
y los amantes van entre la brisa;
y, solitarios, vamos hacia ninguna parte.
miércoles, 17 de diciembre de 2014
A Esquilo lo mató la ironía,
la dura ironía de una tortuga
derrumbada sobre el anciano.
Y le brotaron hilos de sangre y luz sobre la frente.
A Sócrates lo mato la verdad
que el había construido con tantísimas verdades
acumuladas como mordaces ladrillitos.
A Aristóteles lo apagó la vejez y el exilio,
el cansancio supremo de haber sido
más allá de lo sido por muchísimos hombres.
Pitágoras no tuvo ocasión de morir.
Se difumino en el aire cerrado
de la memoria y los números.
Zenón miró a la muerte con una indiferencia
tapizada de asombro y terca curiosidad.
Heráclito sabía que no estaba muriendo
cuando lo alcanzó la oscuridad que perseguía.
Y el volcán sabía que estaba recibiendo un alma
cuando le dio, a Parménides, sepultura.
Y Platón se murió por que tenia que ser,
más allá de la carne que le dormía el espíritu
y le robaba el aire, verdad dentro del viento.
la dura ironía de una tortuga
derrumbada sobre el anciano.
Y le brotaron hilos de sangre y luz sobre la frente.
A Sócrates lo mato la verdad
que el había construido con tantísimas verdades
acumuladas como mordaces ladrillitos.
A Aristóteles lo apagó la vejez y el exilio,
el cansancio supremo de haber sido
más allá de lo sido por muchísimos hombres.
Pitágoras no tuvo ocasión de morir.
Se difumino en el aire cerrado
de la memoria y los números.
Zenón miró a la muerte con una indiferencia
tapizada de asombro y terca curiosidad.
Heráclito sabía que no estaba muriendo
cuando lo alcanzó la oscuridad que perseguía.
Y el volcán sabía que estaba recibiendo un alma
cuando le dio, a Parménides, sepultura.
Y Platón se murió por que tenia que ser,
más allá de la carne que le dormía el espíritu
y le robaba el aire, verdad dentro del viento.
jueves, 11 de diciembre de 2014
Mi pobre barco blanco,
él tan pequeño,
soñó ser marinero y fue poeta.
Se va por la ciudad
hundiéndose en la noche
llenándose la sentina de tristeza.
Promesa de aventura,
tiene velas teñidas con la tierra.
Pero este mar que le toco
se aquieta, marrón bajo las ruedas.
Mi barco tiene olas de sal,
sueño de arena.
él tan pequeño,
soñó ser marinero y fue poeta.
Se va por la ciudad
hundiéndose en la noche
llenándose la sentina de tristeza.
Promesa de aventura,
tiene velas teñidas con la tierra.
Pero este mar que le toco
se aquieta, marrón bajo las ruedas.
Mi barco tiene olas de sal,
sueño de arena.
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