Ya no salgo a la calle tan seguido.
Nunca prendo las luces antes de la penumbra.
Siempre aprieto los puños ante el balcón.
Siempre digo "lo siento" como un dolor ajeno que se ignora.
Esto de achicarme poco a poco,
cuando me hago curvo y tosco,
me va llevando lentamente a la pereza
de entender o querer a los extraños.
Ya me cuesta conmigo o los cercanos
el habitual saludo de la prisa.
Cada día que encuentro mi cuerpo en el espejo
me parece mas duro en el reflejo
de ese caparazón y aquellas pinzas
que se asoman bajo el poliester gris.
sábado, 29 de marzo de 2014
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