miércoles, 25 de septiembre de 2019

Mezclan el oro y el negro con la paciencia
de quien conoce bien lo que ha obtenido;
llevan los dedos teñidos de polvo reluciente.
Aquí la enfermedad y la aventura,
y la sed y el refugio, allá
la edad brillante y la penumbra
descienden desde sus pulgares quebradizos.

Pondré hilo de oro para que la abundancia
toque esta infancia cálida,
hay candelas que ríen en la penumbra,
lana de oveja negra que he recogido tarde,
fiebres de madrugadas, desafíos
de dolores diminutos, retorcidos
jirones de una hora, humedad desnuda,
oro brillante de una tarde vieja,
negra lana de un mediodía insatisfecho.

Serás una altura, un color, tendrás voces,
alumbrarás, dispondrás de sombra.
La permanencia del árbol, la tendrás;
iras a caballo en un camino sin volverte a mirarlo.
No hay más horizontes, todo ha sido;
vuelve a mi, oro y vellón que tuve en la mano.

Enumero tu estancia, veo los brotes
que aún no han sido. Conozco
cada vellón dorado o mortecino
de cada ovillo que encuentro en mi regazo.

Y, hermana, no apresures. Todo llega.
¿Que secreto murmullo nos conduce?


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