miércoles, 17 de octubre de 2018

Murieron todos los tigres
esa tarde,
no quedaba ninguno.
Estaban muertos,
cada uno,
de ellos, sus cachorros
había sido silenciados,
sus madrigueras,
los helechos llegaron
húmedamente fríos
como un río venenoso
descendieron
a las penumbras de la tierra vieja.
Y las garras colgaban
como collares,
los huesos eran piedras nuevas,
los dientes estaban fríos y secos,
la piel se extendió como un desierto
en los salones pálidos.

No los nombraron más,
quedaron en silencio
como dioses sin ritos, las palabras
no podían encontrarlos
y se apagaron,
chisporroteaban
rotas desde adentro
"tigresa", "cachorrito",
"tigre" como una raya húmeda en el suelo.

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