Se corta el hilo por lo más delgado,
o se puede quemar por lo más grueso
donde aguarda paciente la certeza
de haber llegado a tiempo y sin debiendo.
Se corta el hilo y queda el brillo
de la hebra de oro que podía
surtir de maravilla la criatura,
el universo, el techo de una choza.
Allí ha quedado, en la palma inexorable,
el hilo seco de la antigua vida.
No volverá a llamar en aire oscuro,
no volverá a presentir el corazón del río.
Ya solo gas y átomo histérico
sobre la muela de la piedra vieja.
viernes, 9 de junio de 2017
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