Se cortaba el cabello;
largo, rubio, brillante.
Y para nosotros era un peligro inminente
porque el cabello era una materia extraña
y solo los iniciados con dedos como agua
podían cortar los hilos donde pendían arañitas de luz.
Solo una sacerdotisa, parlanchina y voraz,
podía cortar nuestros cabellos
y arrojarlos como cadáveres de perros
a los recovecos inmundos de la tierra
donde la materia despreciada se consume.
Y ella nos ponía en peligro a todos
cuando tomaba una hebra larga como la luna nueva
parea cortarla riéndose sin locura
con dioses diminutos invocados
ante nuestro rostro reverente al miedo.
Y luego otra, y otra, como ídolos decapitados.
No la maldijo el agua, no la cegó la Luna.
Nuestros temores infundados se olvidaron
y sus cabellos nunca dejaron de crecer.
jueves, 21 de abril de 2016
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