Dios y Yo somos dos viejos enemigos
que nunca se quisieron
pero que igual soportan
la carga con que el otro le quita la paciencia.
A veces él me llueve o se enoja en el sol,
a veces yo le gruño y le quito adeptos por un día.
Pero nunca dejamos de vernos en la calle,
en la feria que corre junto a la avenida.
Solemos descubrirnos cuando marchamos juntos,
solitarios y juntos descubrimos el final del invierno
que tanto esfuerzo cuesta a los gorriones.
Y entonces sin decirnos, con la mirada tosca,
dejamos que nos junte la Luna.
Ambos sabemos ya que la belleza tiene sus reglas de silencio.
Yo nunca he comprendido su afán por los misterios,
donde siempre ha querido guardar la fe de los honestos.
Y nunca he perdonado que estuviera tan lejos
para ignorar los gritos de un gato asesinado.
Pero el no comprende mi terca resistencia a su esperanza muerta
sobre los hombros roídos de la calamidad.
No es dios de exponer sus razones.
jueves, 27 de agosto de 2015
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