Nos gustaba el invierno.
Los gatos se arrimaban,
quemándose el bigote contra el fuego;
la radio murmuraba sus viejos festivales
y el té dormía en sueños de efímeras volutas.
Julio nos recordaba que eramos felices,
cuando el mundo era un paisaje lejano
donde la guerra nunca terminaba
pero entonces sabíamos que la alegría volvía
después de cada tarde interminable.
Cuantos años felices que tuvimos
en esa casa inmensa que olvidamos
para poder buscarnos nuestros propios recuerdos.
Entonces descubrimos la ciudad y el invierno,
sin el perro que robe el azúcar y el sueño,
sin el gato que busque nuestra estufa y silencio.
Ahora solo decimos nuestros años felices.
Ahora solo vagamos hasta llegar a vernos.
sábado, 4 de julio de 2015
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