Un día me morí, escandalosamente.
Casi en mitad de toda la avenida.
Recuerdo el quejido de los frenos
y de gentes que llegaban tarde a la oficina.
Y después fue la nada,
oscuridad, silencio.
Hasta que abrí los ojos,
me moví de a poquito,
hacia una luz lejana,
creyendo que era el túnel de salida
y era el reflejo del sol en las ventanas.
Con el ruido de una sirena loca
y un asqueroso olor a cigarrillos.
miércoles, 17 de abril de 2013
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