Yo, la flor, no tengo número.
Soy quien se esgrime como una mano limpia,
renovada de estar bajo la lluvia.
Puedo crecer al amparo y la brisa,
puedo acumular mi desnudo quedarme.
Tengo solo el deseo que da el hambre
y crezco con la sed de los que nacen.
Me muero solo al cabo de las horas.
Yo heredo la complicada geometría
de una flor que no está y aquí y allá crecía.
Ignoro todo aquello que se encuentra
más allá de mi sed y de mi espera.
Tengo el destino de las cosas viejas
que suceden a solas o se encuentran
con la mano, el silencio, o la llanura.
Nos vestimos el hábito del tiempo sucedido.
Nos somos una sola, repetida.
jueves, 18 de abril de 2019
Cuando murió Agapito el pueblo quedó mudo,
sus horas se enroscaron como uñas.
Los árboles empezaron a caerse.
El pueblo tuvo entonces tardes grises,
de polvo y de ladrillos calientes.
Allá donde su sombra ahora hubo muros,
donde su perro quedó solo el silencio.
Agapito traía el mundo de los hombres a cuestas,
arrastraba un costal de cosas muertas.
Y sus manos buscaban solo lo necesario.
Era como un cachorro que ha quedado con hambre,
y era como una perra que se aleja y se lame.
Cuando murió su tiempo lo acompañó en la muerte
sin ruido y sin pausa entre la gente.
Era como la lluvia que se va tras el viento,
o era como una calle que se queda en silencio.
No hubo quien le pidiera quedarse con el pueblo.
Agapito era el hambre y el temor de los niños,
era el perro que gruñe a quien lo hubiese mordido.
Había perdido el habla, el brillo de las uñas,
había quedado solo con su sarna y su olvido.
Recorremos un tiempo y elegimos.
Cuando abrimos los ojos, cuando quedan cerrados,
Agapito podía caminar en el hambre, y en el frío y la locura,
podía estar desnudo en mitad de la calle
y reírse sin alma con los ojos brillantes.
sus horas se enroscaron como uñas.
Los árboles empezaron a caerse.
El pueblo tuvo entonces tardes grises,
de polvo y de ladrillos calientes.
Allá donde su sombra ahora hubo muros,
donde su perro quedó solo el silencio.
Agapito traía el mundo de los hombres a cuestas,
arrastraba un costal de cosas muertas.
Y sus manos buscaban solo lo necesario.
Era como un cachorro que ha quedado con hambre,
y era como una perra que se aleja y se lame.
Cuando murió su tiempo lo acompañó en la muerte
sin ruido y sin pausa entre la gente.
Era como la lluvia que se va tras el viento,
o era como una calle que se queda en silencio.
No hubo quien le pidiera quedarse con el pueblo.
Agapito era el hambre y el temor de los niños,
era el perro que gruñe a quien lo hubiese mordido.
Había perdido el habla, el brillo de las uñas,
había quedado solo con su sarna y su olvido.
Recorremos un tiempo y elegimos.
Cuando abrimos los ojos, cuando quedan cerrados,
Agapito podía caminar en el hambre, y en el frío y la locura,
podía estar desnudo en mitad de la calle
y reírse sin alma con los ojos brillantes.
A veces uno olvida que ya pasó ese tiempo,
que este día vino sin recuerdos.
A veces anochece como hoy
y uno quisiera volver entre las cosas
para encontrar claveles escondidos,
o poner una naranja en tu cariño.
Es buscar recuerdos que nunca fueron míos,
o robar un encanto que no hemos conseguido.
Soy como el hombre que quiso y no encontró manera
de beber toda el agua de aquel río.
que este día vino sin recuerdos.
A veces anochece como hoy
y uno quisiera volver entre las cosas
para encontrar claveles escondidos,
o poner una naranja en tu cariño.
Es buscar recuerdos que nunca fueron míos,
o robar un encanto que no hemos conseguido.
Soy como el hombre que quiso y no encontró manera
de beber toda el agua de aquel río.
jueves, 11 de abril de 2019
jueves, 28 de marzo de 2019
Quiere erguirse en la tarde
y esperar la lluvia, sabe
que el Otoño vendrá por los caminos
azules de silencio.
Yo tengo alma de árbol,
quiere ramas intactas y robustas
que envejezcan junto al rumor del pueblo numeroso,
alimentar el sueño de las cigarras,
esperar consumir luces y alturas.
Se asoma a las ventanas angustiadas
pidiendo sin pedir una hora a solas
que brillará en su mano y en sus ojos.
Querrá volver de noche
con piedras dormidas en el bolsillo.
y esperar la lluvia, sabe
que el Otoño vendrá por los caminos
azules de silencio.
Yo tengo alma de árbol,
quiere ramas intactas y robustas
que envejezcan junto al rumor del pueblo numeroso,
alimentar el sueño de las cigarras,
esperar consumir luces y alturas.
Se asoma a las ventanas angustiadas
pidiendo sin pedir una hora a solas
que brillará en su mano y en sus ojos.
Querrá volver de noche
con piedras dormidas en el bolsillo.
jueves, 21 de marzo de 2019
Sin poder esperarlo, sin haberlo sabido,
de entre todas las cosas, te hiciste necesario.
Cuando yo aún podía vivir en la penumbra
no te necesitaba; tenía las mariposas y los gatos,
había descubierto las manchas de la Luna.
Con el antiguo lenguaje explicaba las cosas
encerrado en mi paz y en mi derrota.
No ambicionaba los límites del viento;
era como un caballo liberado en el campo
satisfecho de pastos, gordamente plácido.
Era la paz lo que yo allí tenía
cuando no conocía la obra de tus manos.
Luego extrañé ese tiempo y esa sabiduría
que protegía mi sed de tus aguas oscuras;
la busqué entre los días recordados
para explicar lo diferente y nuevo que tu voz me traía.
Quizá si tu dolor me hubiese dado treguas
no habría añorado tanto los días
en los cuales aún no te conocía.
de entre todas las cosas, te hiciste necesario.
Cuando yo aún podía vivir en la penumbra
no te necesitaba; tenía las mariposas y los gatos,
había descubierto las manchas de la Luna.
Con el antiguo lenguaje explicaba las cosas
encerrado en mi paz y en mi derrota.
No ambicionaba los límites del viento;
era como un caballo liberado en el campo
satisfecho de pastos, gordamente plácido.
Era la paz lo que yo allí tenía
cuando no conocía la obra de tus manos.
Luego extrañé ese tiempo y esa sabiduría
que protegía mi sed de tus aguas oscuras;
la busqué entre los días recordados
para explicar lo diferente y nuevo que tu voz me traía.
Quizá si tu dolor me hubiese dado treguas
no habría añorado tanto los días
en los cuales aún no te conocía.
lunes, 18 de marzo de 2019
S. Bolivar-M. Sáenz.
Que flor, que aroma, que combate
te llevará consigo sobre el viento
a defenderlos, a conquistar un tiempo
sin ánimo de conservarte entero.
Tu arrojo de metal incandescente,
tu espíritu bravío de palabras perennes,
tu espada previsora y combatida,
tu rostro carcomido de papeles,
te puso capitán con el sombrero
y te dejó su polvo en los pulmones.
Ay, general!, de estrellas insomnes,
de combates inútiles, de amores apurados,
de cajones y libros olvidados
en los anchos bordes de este camino seco.
Quiso quererte nomás, es evidente.
Quiso quererte nomás y verte cerca
después de que partieras al galope
dejando descender la polvareda.
Quiso quererte cuando ella se iba
y quedabas planeando atardeceres,
o cuando ella llegaba, a escondidas,
furtivo amor esquivo día.
Quizá no fue tu amor el del poeta.
Él puso en ti palabras antojadas
de aquellas horas ajenas y secretas
que no han querido verse develadas.
Cuando quedó, de ustedes, el silencio,
cuando el jazmín halló solo su sombra
y ya no más murmullos floreciendo,
vino el poeta y dijo cosas sueltas

Porque tanto silencio era afligido,
porque después del tiempo perduraba
un nuevo día hijo y vacío
como una tierra nueva que empezaba.
Y hubo que ponerle las palabras
erguidas frente al sol, como obligadas.
Se sintió necesario. En los retratos
los muertos sonreían y callaban.
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