Sin poder esperarlo, sin haberlo sabido,
de entre todas las cosas, te hiciste necesario.
Cuando yo aún podía vivir en la penumbra
no te necesitaba; tenía las mariposas y los gatos,
había descubierto las manchas de la Luna.
Con el antiguo lenguaje explicaba las cosas
encerrado en mi paz y en mi derrota.
No ambicionaba los límites del viento;
era como un caballo liberado en el campo
satisfecho de pastos, gordamente plácido.
Era la paz lo que yo allí tenía
cuando no conocía la obra de tus manos.
Luego extrañé ese tiempo y esa sabiduría
que protegía mi sed de tus aguas oscuras;
la busqué entre los días recordados
para explicar lo diferente y nuevo que tu voz me traía.
Quizá si tu dolor me hubiese dado treguas
no habría añorado tanto los días
en los cuales aún no te conocía.
jueves, 21 de marzo de 2019
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