domingo, 21 de abril de 2019

Empezaron a faltar a horarios y estaciones,
se perdieron sus voces al doblar las esquinas 
y no volvían. Nadie los encontraba. 
Se los comió la noche.

Ahora los imaginan con los ojos cubiertos
y las manos tendidas al tanteo
como una estatua que ha perdido altura
y ahora tropieza con su humanidad desnuda.
Se los comió la noche.

Pero no ha sido así,
no fue tan bondadosa
la muerte cuando vino
con su oficio de aguja.
El mar lo sabe, lo saben los pozos,
algunos vecinos también lo saben.
Fue una época cruel, aquella
que la gente podía no llegar a diario
y que hubo quienes denunciaron a otros
queriendo o no queriendo.
Cada detalle importa.
Y luego vino la paz, lo que se puede,
porque semilla que ardió no crecerá completa.


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