domingo, 17 de febrero de 2019

De un hombre que era malo y se murió.

Cuando murió fue condenado a vivir en un zapallo, 
a ser oruga y viento, a tener alas, dolorosa
y augusta mariposa, fue atrapado en las redes de la araña,
fue cubierto de esquinas, fue ceniza,
y luego fue madera, y fue hoja y rama, y hoja y rama secas,
cayó cuando no hubo más que sol y arena,
repitió cada aroma de la selva,
esgrimió las antenas de la hormiga,
se completó con agua de la lluvia,
se durmió custodiado por las focas.
Recorrió las llanuras del abismo
donde las luces no huyeron y venían
a verlo caminar perdido
entre la inmensidad de su abandono.

Se halló de espíritu flotando
y no tuvo horizontes disponibles.
Se halló durmiendo suspendido en la luz
y no tuvo reposo de su altura.
Allí fueron a cruzarlo los gatos que salían
maullando de tan idos y enamorados
inaccesibles de tan ajenos.

Tuvo respiración y aroma nuevos,
se abrió como una flor que sabe
que tiempo es y que tiempo inaugura.
Lo despertó solo la luz que reía en los umbrales,
entendió sin saber cuando entendía.
Y se durmió en el humo de las velas.


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