martes, 8 de noviembre de 2016

Los gatos tienen el misterio infinito
de no haber sido corruptos por el contacto
de la mano que los tomó del nido
y en la ciudad depositó la suave carga
de su carne magra despojada de selva.
Pero no llegó el dedo más allá de la llaga,
a donde habita el rostro primero y dormido
del gato primigenio aún corriendo libre
dentro de estepas ignoradas y selvas ignotas.
Y el gato, solo el gato, mayúsculo y terroso,
divino cual una espina nueva,
fresco y sangriento hecho una piel ardiente.
Solo el gato habita los rincones del viento
distraído en pensamientos de agua y murmullos
se ha mantenido a salvo de la llama.
Se ha resguardado del paso en su silencio,
más allá de la voz repite gestos
puros e intactos sin mácula humana.
Incorruptos de sal, de Luna, de cadenas,
tersos y hermosos como una momia bella
huyen de nuestro tiempo como una lágrima.


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