Yo no quiero tus manos, es mentira.
Lo mío es una envidia corroída
que se duerme después de haberse herido.
No recuerdo tus ojos ni tus besos,
y tampoco los quiero o los quería.
Solo vi tu rostro un mediodía
y en la sangre me creció la envidia.
Este rostro de amor es por codicia.
Dame el cristal que crece entre tus cejas.
Dame todo tu andar y tu pereza.
Para ser un estanque entre las bestias
ambiciono el estar de tu belleza.
Yo no quise tenerte ni podía,
pero el espíritu no me abriga tregua.
Quiero tu rostro pálido y sereno
para darle tu luz a mis estrellas.
lunes, 22 de agosto de 2016
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