domingo, 7 de agosto de 2016

¿A donde huyeron los poetas de antaño,
los vacíos de esperanza, los necesitados?
Dónde se fueron nuestros generales derrotados,
nuestros prohombres ilustres y exiliados.
Nuestros asesinos condecorados bendecidos.

No huyeron a Tahití o a la mítica China.
Marcharon hacía Europa, con sus banderas envueltas
y la mirada inquieta del buscado.
Si hasta de gente América sangra cuando quiere
purgarse de sus buenos o malos dictadores.

Después de todo hijos somos de aquella madre infame.
Y a ella volvemos cuando nada nos queda
más que la soledad de los destinos
y la condena quemante de la letra
que hemos almacenado hasta doblarnos.
Del fuego hasta las islas somos un gigantesco archivo,
una monumental colección de maravillas
malditas, derruidas, conquistadas, nacientes
como el sol de cada día.

Así que huimos, a París, Berlín, Madrid.
Que glorias tan gastadas y tan inútiles
se llevan en valijas escondidas.
Cuanto oro les fluye por el cauce.
Cuantos caminos del Atlántico son ahora cicatrices.


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