Por eso llovió así. No fue culpa del Diablo.
Llovió sobre la rabia callada del cemento
con ese gesto brusco del agua cuando llora
y nos dejó mirándolos en silencio.
A la lluvia y el sol sobre el cemento.
Si a usted yo la he querido tanto,
¿porqué a los dos nos acontece esto?
Fue como una rosa de verano,
como amapola que tiembla al deshojarse.
Nacen para morir y son eternas
mientras el viento les sople en el talle.
Pero que digo. Usted no era una rosa, era una gata.
Perdóneme estos desvaríos de poeta
y déjame además que esta ocasión la trate de Señora.
No es por elegancia, Usted sabía
que aquello no era falsa. Era cariño.
A Usted, Señora mía, se la ha querido
como se quiere al viento de la tarde.
Como se quiere a la tormenta nueva,
que aunque llegue enojada y que te arañe
viene con agua y nada malo viene
del agua. Usted en su espíritu lo sabe.
Y entonces, si la he querido tanto,
¿por que a los dos nos acontece esto?
Usted que marcha hacia ninguna parte
para formar aquellos mis recuerdos
en la figura ilusa de las nubes.
Y yo que quedo lloriqueando
como cachorro que ha quedado sin luna.
No se confunda. Miro todavía
la rama de los árboles buscando
aquellas sombras hechas de ternura
que me alegraban tanto cuando eramos
los dos más jóvenes. Tan bellos.
Todavía miro la rama y digo todavía
porque algún día me habré olvidado
esta tristeza que ahora no me deja
verla refleja solo en la memoria.
Tan cerca todavía del cariño.
Ha de pasar entonces este infausto
y volverá una tarde la paciencia.
Pero estará lejana tu presencia.
Todo será una nostalgia bella.
miércoles, 3 de agosto de 2016
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