No saber que sentir, no estar de luto.
Mi abuela ya se ha muerto y me dejó la pregunta
de no saber que sentir, no estar de luto.
Y aunque nos brille el sol estamos serios.
Toda su muerte ya se ha vuelto lluvia
pero estamos tan lejos.
Estábamos tan lejos en el tiempo y la tierra.
Ella aún navegaba unas antiguas quejas
y nosotros teníamos una ciudad propia y ajena.
Nos vimos, conocíamos el rostro,
pero nunca pudimos alcanzarnos las manos.
Mi abuela era otro tiempo.
Estaba distraída en relatos antiguos
a los que nunca pertenecimos.
Mi abuela ya había muerto hacía veinte años,
cuando yo apenas empezaba a nacer.
Ya se ha magnificado en el retrato afable de los buenos muertos
y asoma a la intemperie de los que respiramos
como la anciana alegre con el rostro aniñado,
para siempre grabada en los antepasados.
sábado, 14 de noviembre de 2015
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