Bajo el techo de lata de la agencia de lotería
suelen florecer las margaritas, agobiadas.
Florecen y mueren sin que las riegue nadie,
nadie más que la lluvia.
Las losas destrozadas, el barro, la avenida
ignoran al mendigo que cada tarde espera
junto a las margaritas su destino aburrido.
A veces tiene pan, a veces
deja la ropa sucia sobre el cantero pardo,
y se irá por las calles
buscando la botella de líquido dudoso
que es su única compañía.
Las margaritas lucen sus flores blanquecinas,
aprovechando el sol de falsa primavera.
El mendigo hoy no está,
se habrá ido con la siesta
para rondar sereno frente a puertas ajenas.
Quizá vuelva con pan y una botella nueva,
como un árbol, sucio
de todas las miserias.
El verano es un largo camino entre las calles.
Estos días incluso uno se siente un poco abandonado;
y para solucionarlo escribo estas frases,
improviso un poema,
regalo un billete a un joven en la plaza.
Se espera que esas cosas,
mínimas pero tercas,
disipen el agobio
de estar y darse cuenta.
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