te habías ido lejos, que te subiste a un avión
de aquellos que eran entonces y no tan livianos,
no tan aéreos, no tan planos y presentes como estos,
aviones del exilio, te llevaron
sentada al lado de Benedetti ibas;
y como él ocupó el asiento de la ventana
no tuviste tiempo de mirar hacia abajo
y como la bandera se inclinaba.
Después de que te fueras amaneció el silencio
constituido y nuevo se desplegó los dedos
y cada uno ocupo una calle entera.
Pero vos ya no estabas. Dicen
que ese noche usurparon tu casa,
abrieron tus cajones y apilaron tus libros en el patio
para quemarlos porque hizo mucho frío,
porque el cemento se encogió gimiendo
como una oruga que escaló alfileres.
Descendiste anónima y ligera
por la escalera que te dejó en España,
hablabas otro idioma en otra tierra.
Fuiste buscando lugares escondidos,
te llevaron a un bar de pobres exiliados en Cádiz.
Aquellos fueron años de andar viajando mucho,
cruzaste tantas veces el Atlántico.
Hubo horas amargas y de raíces rudas.
Cuando tocó volver quizá dudaste a donde.
Creció la costumbre de otras calles,
y de balcones y de flores ajenas
que aquel estar te dejaba asir propias.
Volviste entre las filas de ignorados
que volvía entre los rostros de la gente.
Creció la costumbre de otras calles,
y de balcones y de flores ajenas
que aquel estar te dejaba asir propias.
Volviste entre las filas de ignorados
que volvía entre los rostros de la gente.
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