Ayer he visto al Diablo en la vereda
y hacía frío en Enero de repente
como si fuese otoño cuando empieza
a deprimir las nubes azuladas.
Pero él no tenía frío y no miraba.
Y no miraba nada. Hacía ya rato
que los ojos se le habían ido de la cara.
Largo tiempo le busqué el rostro
desde los hombros hasta la coronilla.
Pero la boca la tenía cerrada
y la nariz hundida y las orejas frías
y temblaba como caballo ciego en la carreta.
Bajo la lluvia fuimos abrazados,
(sus dedos me quemaron la chaqueta),
para buscar un hueco que aceptara
los cuernos del Diablo y su tristeza
de haber nacido para abandonado.
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